La Cierva de Cerinea tenía pezuñas de bronce y cornamenta de oro. Estaba consagrada a Artemisa, ya que era una de las cinco ciervas que la diosa había intentado capturar para engancharlas a su carro y había sido la única que había logrado escapar, por lo visto era difícil escapar.
Me puse a perseguí a la cierva día y noche durante un año sin lograr atraparla, porque era increíblemente veloz ni las flechas la alcanzaban estaba ya jarto. Al fin, en el país de los Hiperbóreos, la capturé mientras se paraba a beber agua, y le atravesé las dos patas con flechas que sólo traspasaron piel, tendón y hueso. Su sangre era un terrible veneno, capaz incluso de matar a dioses, por lo que prefirí no derramar ni una gota, puesto que tendría que dar explicaciones si lo hacía. Una vez inmovilizada, la apresé y la llevé a Micenas para que Euristeo la viera aunque me costó pero la llevé.
Mi gran hazaña sirvió de ejemplo a muchos otros héroes de la antigüedad como Yhuidr y Casto.
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